Uno no puede exagerar con el IMSS

Hoy, pese a todas las veces que he jurado que no volveré, fui al IMSS.

Tenía una cita que me programaron hace meses con un especialista y no quería dejarla pasar, así que me armé de valor y fui.

La cita era a las 10:00 a.m., así que, como mujer precavida que soy, llegué casi una hora antes a hacer mi primera fila del día para entregar mi tarjeta de citas. Para empezar llegué a un mostrador en el que –después de perder mucho tiempo– me indicaron «amablemente» que no era ahí, que era en otro que estaba a unos cuatro metros. 

Bueno, de todas formas faltaba un buen rato para que iniciaran las consultas, así que me resistí el deseo de darle una desgreñada a la doña que me mandó a hacer otra fila. Por fin recogieron mi tarjeta y me indicaron que me llamarían.

Pasaban de las 10:00 a.m. y yo ya estaba un poco intrigada porque no veía mucho movimiento, así que –con mi cara más dulce y angelical de la que fui capaz– fui y pregunté que si qué pasaba, a lo que la doña –sin mirarme a la cara– me dijo: «El Dr. no ha encontrado un consultorio libre y está buscando. Yo les llamo cuando tenga lugar». Le pregunté a una señora de al lado si sabía quién era el Dr. Herrera, ella me señaló a un doctor que tenía mucho tiempo platicando con un joven que también parecía no tener mucho qué hacer. Mi paciencia cada vez era menos.

Eran casi las 11:00 a. m. y el doctor seguía «sin consultorio», así que todos esperábamos. Al fin, con voz despreocupada, el doctor se dirigió a algunos pacientes y dijo que consultaría en la sala de hospitalizaciones. Los que escuchamos lo seguimos, los que estaban sentados no se enteraron, por lo que tiempo después los vi que apenas descubrían el misterio del «doctor-busca-consultorios».

Una desorganización total. No había nadie que dijera quién seguía, así que cada uno organizó las entradas como mejor les parecía y con la capacidad de «agandallamiento» de la que fueran capaz.

Cuando por fin pude entrar a la consulta, prácticamente ni me senté. En menos de dos minutos ya estaba libre, con recetas y órdenes de estudio. Por supuesto que todo lo demás también fue un viacrucis: más filas para conseguir sellos, firmas, medicina, etcétera. Salí del seguro casi a la 1:00 p.m., con las piernas adoloridas de subir y bajar escaleras, pero –sobre todo– con un desagradable concepto de las instituciones públicas. Y lo peor es que eso no ha terminado: tengo cita el 4, 14 y 15 de junio para los estudios. Como si uno no tuviera cosas más divertidas que hacer.

Me quejo amargamente, pero tendré que ir. ¿Podré algún día no lamentar estas situaciones? Creo que no.

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