Uno no puede exagerar con el IMSS
Hoy, pese a todas las veces que he jurado que no volveré, fui al IMSS. Tenía una cita que me programaron hace meses con un especialista y no quería dejarla pasar, así que me armé de valor y fui. La cita era a las 10:00 a.m., así que, como mujer precavida que soy, llegué casi una hora antes a hacer mi primera fila del día para entregar mi tarjeta de citas. Para empezar llegué a un mostrador en el que –después de perder mucho tiempo– me indicaron «amablemente» que no era ahí, que era en otro que estaba a unos cuatro metros. Bueno, de todas formas faltaba un buen rato para que iniciaran las consultas, así que me resistí el deseo de darle una desgreñada a la doña que me mandó a hacer otra fila. Por fin recogieron mi tarjeta y me indicaron que me llamarían. Pasaban de las 10:00 a.m. y yo ya estaba un poco intrigada porque no veía mucho movimiento, así que –con mi cara más dulce y angelical de la que fui capaz– fui y pregunté que si qué pasaba, a lo que la doña –sin mirarme a la cara– me di