Recuerdos de infancia 2


La única agresión que recuerdo de mi abuela fue un chanclazo en las piernas, como escarmiento por estrellar contra una pared a mi prima Tina. Yo tenía como 6 años, pero clarito recuerdo que el sentimiento, el llanto y la moquera me duró toda una tarde. Me sentía abandonada, malquerida e injustamente violentada. La verdad lo de aventar a mi prima contra la pared había sido un accidente en un juego de avioncito volador, pero como resultó ser fuerte, ella con tan solo un año de edad, lloró sin entender que en eso del juego uno se tiene que aguantar. Yo no le quería pegar, estaba jugando…. Bueno, al menos conscientemente no lo quería hacer, quién sabe si mi inconsciente podría tener algunos celillos por que era la nueva nieta que llegaba a mi reino de 5 años.
Esa tarde ha sido inolvidable, estuve llorando a pierna suelta y mis ojos estaban como sapo de tanto tallármelos; inconsolable y agotada, esperaba con ansia a que mi abuelo regresara de trabajar para que viera la injusticia que se había cometido conmigo y que de ser posible reclamara a la ofensora el daño irreparable que había hecho a mi persona y que desterrara a mi prima de ese MI espacio.
Claro que mi abuela no me dejaba completamente en mi dolor, salía a ratos y me decía que entrara y veía como entre suspiro y sollozos cortaba florecitas de una gran enredadera que ella cultivaba con esmero a un lado de la banqueta e intentaba consolarme pero yo no cedía y le decía que no me tentara. Luego salía tratando de sobornarme con una galleta, pero yo con todo el resentimiento que ese chanclazo había provocado en mi, le decía con el orgullo no tan quebrantado que no, que no quería nada y que me iba a ir de esa casa porque ella ya no me quería y que ahí esperaría a mi abuelo para decirle TODO lo que había pasado para que él la regañara.
Casi se me salía el corazón cuando miré el carro de donde se bajaba mi abuelo al llegar de trabajar y corrí a su encuentro con los ojos hinchados y hecha un mar de lágrimas sin poder pronunciar palabra por los sollozos. El con sus grandes brazos y su infinita fuerza me levantó y me preguntaba que si que tenía, y yo sin poder armar el discurso que tenía preparado para el encuentro. Salió mi abuela y le dijo su versión antes de que yo pudiera decir nada. Él sólo se limitó a decirme que no llorara, que me sentara a ver la televisión con él y que no llorara, que fuera más cuidadosa con mi prima Tina porque estaba chiquita, pero que ellos me querían mucho y que mi abuela no me quería pegar pero que se había asustado. Fueron mágicas sus palabras porque el torrente de llanto se frenó y yo ya me sentía mejor.
En menos de veinte minutos todo estaba olvidado, yo jugaba nuevamente con mi prima Tina y acepté las galletas que me ofrecía mi abuela y las devoré con una enorme satisfacción. Qué fácil y reconfortante resulta eso del perdón con unas ricas galletas con bombón.

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